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sábado, 29 de marzo de 2014

Estabas fría y no podía sentir tu respiración. Mis intentos por despertarte eran vanos, pues ya era demasiado tarde.
Mi tenebroso castillo retumbó provocando la ruptura de las coloridas cristaleras.
En la oscuridad de los que ven en gris y con el aullido de la luna, contemplé tu mirada perdida, tus ardientes venas de fuego y corrí todo lo que pude a tu alrededor para no separarme de ti.
La cordura, que destroza los manantiales del deseo y las preferencias de los sentidos, esclaviza la asertividad más pura.
Un día como cualquier otro, la agonía de los relojes rotos, la espera del moribundo y la lentitud de la baba de un can, podrían equipararse a tal momento.
La vivencia más larga y dolorosa capaz de soportar una persona, regalando la flor del cerezo, para ver como estalla bajo una fulminante pisada.



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